Nueva entrega de Mariano. Atención. Las imágenes que van a presenciar a continuación podrían herir su sensibilidad.
Hoy… “La cancha; el sitio de mi recreo”
Antonio Vega hablaba en una de sus canciones del sitio de mi recreo, y ese lugar para muchos de nosotros, lo ocupó un espacio construido sin finalidad alguna, en una urbanización de Movera, a la que un grupo de chavales supieron sacarle partido.
Juegos, risas, deportes varios y… también fútbol; fútbol por la mañana, en frías y calurosas sobremesas que se prolongaban hasta que la obligación del día siguiente, o el bocadillo de salchichas, se hacían presentes en nuestros pensamientos. Recuerdo y recordaréis tardes interminables de partidos que se sucedían uno tras otro, siendo el más importante de la tarde el que comenzaba a jugarse. No se me olvidan las rayas de tiza; delineando un campo de baldosas, que en aquel momento, nos hacía sentirnos Stoichkov, Butragueño, Michel, Milósevic, Buyo o Esnáider.
Cuando encamino la rampa ascendente del pasillo hacia la cancha, no veo un cartel colgado en la pared en el que rece la expresión “This is LA CANCHA”, pero veo nítido en mi retina a un Alberto delgado, con piernas de alambre, con un juego inteligente, casi de primer toque, y valiente a pesar de su debilidad.
La memoria me despierta y escucho la voz de Óscar, seguro de sí mismo antes de lanzar una falta de zurdo sobre los ladrillos de la casa nº1. Esa voz no se repetirá tras conseguir el tanto, ya que, entraba en sus planes. Consigo sacar de las entrañas de mi recuerdo, una fugaz polémica, con Rogelio (que ya lleva el 8 a la espalda) de protagonista, enfrentado contra el que se le ponga por delante.
Sigo caminando por este templo del fútbol, de nuestro fútbol, el que llevamos en el corazón, y que nos hizo amar este deporte. Llego hasta la portería del callejón y, repaso los postes con mis yemas. Miro las baldosas, y no tengo el recuerdo de que dolieran al caerse encima, ni de que hicieran escorchones. No recuerdo torceduras, esguinces, ni tirones.
Se hizo de noche y veo la silueta borrosa y más joven, de nuestras madres que por enésima vez con sus agitar de manos, dan el triple pitido del árbitro que ya marcó el fin del partido. El descuento lo marcamos nosotros hace mucho rato, y vosotros sabéis como yo, que fue muy muy largo. Cuando vuelvo con la cara sucia, y la sensación de que ya queda menos para volver a jugar, me cruzo con dos niños que viven muy cerca de mí, que juegan con una pelo ta de playa en el pasillo, les choco la mano, les sonrío y me despido hasta mañana.
La semana que viene he quedado otra vez con “El buitre”, con Savo y con Hristo para jugar, pero esta vez, los dos niños de la pelota de playa, vendrán también enfundados de color rojiblanco.
Yo soy canchero ¿y tú?