Los Tenacitas 1 · Atlético la Cancha 3

Click para ampliar

Esta es una historia de un equipo de fútbol que acudió a su cita semanal con el juego y se encontró con un grupo de gente que acudía a su cita semanal de terapia para filtrar la bilis de sus frustradas vidas. El equipo de fútbol tenía bajas como la habitual de un tal Kike, la de un tal Óscar, que según cuentan tenía compromisos ineludibles, y como las de Andrés y Gus que, dice la historia, venían arrastrando las heridas de una batalla anterior. En cuanto al resto, el equipo contaba con todos los demás, incluído un batallón de féminas que tuvieron un detalle espectacular con este equipo en forma de asistencia con pancarta incluída. 

Las cancheritas. (Ampliable)

Y el fútbol se vistió de azul y la amargura de rojo y saltaron al enorme césped verde. Y en esa lluvia de colores se comenzó a desarrollar esta historia. Una historia que comenzó a escribir su final nada más arrancar, porque un mediocentro joven que no parece mediocentro recibió el saque inicial para lanzar un balón que cruzó el campo con la precisión de un proyectil dirigido por el mismo diablo para cruzarse con la testa de un ágil delantero que no parece ágil delantero y acabar en la red de los moradores (o merodeadores) de aquel páramo hostil. En esa coyuntura, los futbolistas plantaron firme su campamento en aquellos anormalmente anchos terrenos para sentirse protegidos en la seguridad que otorga un grupo compacto. Los lugareños comenzaron su danza, de aceptable calidad, pero perdidos entre las formas de quien no sabe respetar el código de un juego que puede ser duro, pero que siempre debería ser noble. Y lograron asediar, pero se daban de frente contra el muro que levantaron un central que no parece un central, una versátil e inapelable torre y el alto coronel de toda aquella tropa. Éste último salvó a los suyos en una acrobática maniobra a ras de suelo que desvió a córner cuando parecía que la ventaja de los futbolistas iba a desaparecer. Y según avanzaba la tarde para convertirse en noche, los que no eran futbolistas comenzaron a cambiar su danza, que si ya era ruda, tornó en zafia. Y, condicionados por su propia naturaleza, comenzaron a confundir pundonor con violencia. Se hizo el ágil que no parece ágil en una ocasión con el balón y sorteó hasta 4 rivales acompañados cada uno de ellos por su propia entrada criminal hasta que el 5º llegó no con una, sino con dos pezuñas por delante para arrasar con el talentoso 10. Y en esta profanación del díficil arte del fútbol se erigió como cómplice el juez de la contienda, quien acobardado por los residentes del páramo, comenzó a castigar con dureza a los que sí eran futbolistas por osar recriminarle su pasividad por hacer oídos sordos y vista gruesa frente a los puños cerrados en posición amenazadora y la patada miserable, el grito y la infamia de los que no eran futbolistas hacia los que sí eran futbolistas. Porque ésta también es la historia que cuenta como un menudo y tranquilo hombre con un 4 a la espalda se desesperaba cuando nunca antes se le había visto desesperado.

Llegó la tregua al encuentro y el ágil delantero que no parece ágil delantero habló duro y valiente pero cortés con aquel que está por encima de todos para que pusiera freno a tales atropellos. Y tras la reanudación los que sí eran futbolistas intentaron valer su condición de tales. Aunque, acotados en sus habilidades, recurrieron al camino fácil y a la vez complicado de enviar el peligro en largo para que el Capitano de la armada aguantara lo indecible en una casi solitaria empresa que puntualmente apoyaban con éxito los infatigables escoltas ubicados entre líneas. Porque esa táctica rudimentaria, aunque menos vistosa, sigue siendo fútbol y siempre estará incluso por encima de aquellas otras artes que no se llaman fútbol, y que incluso tienen otro nombre, que desarrollaron los que no iban de azul. Fue en una de estas escaramuzas cuando el que no parece ágil delantero fue derribado entre 3 merodeadores dentro de lo que llaman área, siendo esta vez sí, motivo suficiente para el juez para castigar a los que no eran futbolistas. El propio delantero transformó la sentencia y al minuto siguiente, astuto y hábil, robó un balón al portero cuando éste salía de su cueva y se dirigió a puerta. Los moradores, con el córtex bloqueado ante la situación, le entraron fuerte, abajo y por la espalda, como los valientes. Semejante infamia fue castigada áunicamente con amarillenta advertencia por el juez, y ante tal despropósito, llego el mediocentro que no parece mediocentro para ajusticiar a los nativos en forma de un preciso disparo que se tornó en merecida condena.

0-2 (Ampliable)

0-3 (Ampliable)

Con el enemigo sentenciado aún quedó tiempo para que recortaran su clara derrota, intentaran recortar aún más haciendo falta sobre el central que no parece central después de que el juez viera su infracción y gritar y protestar ante cada jugada, saques de banda incluídos. A tal punto llegó su desesperación que el mediador de la contienda no tuvo más remedio que echar a uno de ellos del terreno que, contrariado, amagó con agredir al juez varias veces, deteniéndose otras tantas veces al observar que no merecía la atención de nadie, ya que nadie hizo el paripé de detener al "peligroso" ofuscado. Tan sólo quedó espacio para otro auto-flagelo en el momento en que varios gritaban al unísono que los de azul no sabían jugar a fútbol. Los que "no saben jugar a fútbol" se llevaron los puntos de aquél páramo dejando de regalo medio saquito de goles y siguen marcando el paso sin nadie por delante. 

Colorín colorado…